viernes, 23 de noviembre de 2012

Capítulo 8.

Aproveché lo que quedaba de mañana para preparar lo que le diría a Ginny más tarde. Decidí andarme sin rodeos: eso lo haría más fácil.
 Ginny... tenía solo catorce años. ¿Cómo soportaría todo aquello? ¿Cómo lo soportaríamos todas?
Mi madre no trabajaba. Teníamos unos pequeños ahorros que tal vez nos ayudaran a subsistir hasta el fin de este mes, tal vez un poco del siguiente, febrero. Pero, ¿qué pasaría cuando se acabasen? ¿Qué pasaría cuando nos tuviéramos que ir de casa porque no podremos pagar la hipoteca?
Y todo por su culpa. Por culpa de mi padre.
Sentí que el odio volvía a corroer mi cuerpo. Uno. Dos. Tres. Me calmé.
Tendría que buscar trabajo, pero, ¿de qué serviría? Con mi sueldo a penas pagaríamos un poco de comida. Era mi madre la que tenía que buscar un trabajo. Mi madre, que había desfallecido cuando le conté lo que ocurría. Mi madre, que estaba enferma desde hacía muchas semanas. Mi madre no podría encontrarlo.

La reacción de Ginny no la esperaba. En lugar de echarse a llorar como había supuesto, en sus ojos hubo un destello de tristeza, seguido por odio. Sus ojos parecían dos hogueras, calientes por su furia.
 Le había dicho también que pensaba buscar trabajo, y le pareció bien.
-¿Qué puedo hacer yo? -preguntó.
-Ginny... ahora no puedes hacer nada. Intenta cuidar de mamá.
 Asintió.
Decidí subir a ver a mi madre. 
Estaba tendida en su cama, aparentemente dormida. Me acerqué y le rocé la mejilla con las yemas de mis dedos. El contacto le hizo abrir los ojos.
Pero lo que me encontré no fueron sus ojos. No podían serlo.
Donde antes había dos hermosos ojos verdes, ahora había dos pozos sin fondo, dispuestos a tragarte. La calidez que transmitía su antigua mirada había dado lugar a una mirada tan fría como el hielo. 
Se me rompió el corazón.
-Mamá...-conseguí decir.
No contestó. Me miraba sin ver, con la mirada desenfocada.
Me estremecí. No podía continuar mirándola, no podía continuar mirando sus ojos sin luz.

-¡Hora de cenar! -grité.
 Me las había apañado como había podido. Cociné poco, consciente de que cada alimento suponía un poco más de vida. Tampoco teníamos hambre, no con lo que había ocurrido.
Mi madre no había bajado a cenar con nosotras, como de costumbre. Y yo no quería volver a ver esa mirada que me producía escalofríos, por lo que subió Ginny con su cena. Ella lo soportaba mejor que yo.

Ginny y yo no volvimos al colegio. Recibía llamadas diarias de mis amigas, y les decía que todo estaba bien, que no pasaba nada.
 Con los cuidados de Ginny, los ojos de mi madre dejaron de ser oscuridad. Se veía una luz, una luz que la atraía a la vida, aunque fuera débil.
Y mientras, yo salía y recorría las calles de Filadelfia, buscando trabajo para sobrevivir. Pero nadie tenía trabajo para una mocosa de dieciseis años sin experiencia laborable.


FIN CAPÍTULO OCHO.

4 comentarios:

  1. En serio me encanta como escribes :) Pareces casi una experta, ojalá yo supiera escribir así y por cierto la historia me gusta mucho, creo que ya te lo había dicho jaja
    Un beso desde http://onceuponatimelittleredridinghood.blogspot.com.es/

    ResponderEliminar
  2. Ojalá lo fuera asdfghjklñ muchas gracias. <3 ¡Ahora mismo me paso!

    ResponderEliminar
  3. Oye, he visitado tu blog por primera vez, y que sepas que me pareces una escritora genial. De verdad, me encantas. Sigue así porque lo haces fenomenal y me gusta mucho la historia. Un besito muy grande :*

    ResponderEliminar
  4. Oh, dioses. Muchísimas gracias, no sabes la ilusión que me hace que me digais estas cosas, en serio. Otro para ti. <3

    ResponderEliminar

Comentarios.