jueves, 22 de noviembre de 2012

Capítulo 7.

''Hoy viene mi padre'', fue lo primero que pensé al levantarme ese día, miércoles.
 Bajé a desayunar cuando mi madre me llamó. Ahí estaba ella, con su cara sonriente, esperándome.
-¿A qué hora viene papá? -pregunté.
-Al mediodía.
Pero no vino.
 Esperamos durante una hora a que apareciera, en vano.
-A lo mejor se ha retrasado -sugerí-. Esperemos hasta mañana para hacer especulaciones.
 Y eso hicimos.

Cuando me desperté el jueves, mi padre aún no había llegado. Mi madre se preocupaba cada vez más.
-Anna, hoy no vas al colegio.
-¿Por qué? -pregunté, frunciendo las cejas. Aunque conocía la respuesta. Ella esperaba lo peor, y no quería estar sola cuando se confirmase. Si se confirmaba.
Subí a llamar a Lucy y avisarla de que no iría a clase. Cuando me preguntó el motivo, le dije ''mi padre''. Y se calló. Colgué y bajé de nuevo.
-¿Dónde está Ginny?
-Se ha ido a clase -respondió.
-¿Vas a llamar al tío?
-Sí, dentro de un rato.
-Lo voy a hacer yo ahora, esperate.
-No, Annabeth. He de hacerlo yo.
Asentí.
 Me senté en un sillón y esperé a que mi madre tuviera el valor suficiente para llamar.
Pero ese momento no llegaba.
-Mamá, voy a llamar. Ahora.
-¡No, hija! Ya voy yo.
Y eso hizo.
Tardó cinco minutos. Cuando volvió, sus mejillas brillaban por las lágrimas.
-¿Mamá? -dije, asustada-. ¿Qué ha pasado?
-Tu padre nunca fue a su casa -sollozó, abrazándose el vientre-. Se ha ido. Murió por el camino. O nos ha abandonado para siempre.
Un escalofrío recorrió mi columna cuando pronunció ''para siempre''. ¿Qué significaba todo aquello?
Por suerte o por desgracia, no era de las que lloraban. Agarré a mi madre por los hombros y le dije, seria:
-Escúchame, ¡escúchame! -grité-. Voy a subir a vuestra habitación, ¿vale? Registraré sus cosas.
 Asintió, asustada por mi ferocidad.
 Subí corriendo a la habitación, saltándome varios escalones. Iba cuan rápido podía. Necesitaba saber que todo aquello no era verdad, que mi padre no se había ido.
 Abrí la puerta y entré corriendo. Me planté frente al armario de mi padre. Respiré hondo. Una vez. Dos. Si estaba vacío, nos había abandonado. Si había algo, estaba muerto. Tres. Abrí el armario.
 Vacío.
 Total y absolutamente vacío.
 No sentí pena, sin embargo. Sentí odio.
 Un odio como nunca lo había sentido.
 El sentimiento fluyó por todo mi cuerpo, apoderándose de mí.
 Cogí aire por la nariz. Contaría hasta tres y me calmaría por completo. Una. Mi padre nos había abandonado. Dos. ¿Cómo íbamos a sobrevivir? Tres.
 Expulsé el aire por la boca, dejando así que el odio se fuera con él.
 Y me di cuenta entonces de lo que había ocurrido.
 Mi padre nos había abandonado.


FIN CAPÍTULO SIETE.

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